ASUMIR LA DERROTA, por Vivian Bruchez
El Dhaulagiri: relato de una «mala expedición»
Los campeones lo consiguen todo. De hecho, se les reconoce por eso.
Solo que, en realidad, los campeones a veces fracasan. Es más, por eso se les admira. Porque se vuelven a levantar, más fuertes, más decididos. Sencillamente, mejores.
Vivian Bruchez es de esos. Un campeón que tiene éxito tan a menudo que hace que su disciplina, el esquí extremo, parezca fácil. Un campeón que acaba de fracasar, con su cordada —Mathéo Jacquemoud, Mathieu Maynadier y Michael Arnold— en su proyecto de ser los primeros en esquiar el Dhaulagiri, la séptima cumbre más alta del mundo, a 8167 metros, en Nepal. Digno, sincero y vulnerable, el virtuoso de las líneas vertiginosas nos ofrece aquí un testimonio auténtico y una lectura autocrítica de lo que considera una «mala expedición». En esencia, ¿por qué ha pasado y por qué no volverá a pasar?
Los campeones lo asumen todo. Hasta el fracaso. Para convertirlo en un aprendizaje positivo y constructivo. De hecho, se les reconoce por eso. Un testimonio a corazón abierto.
MALA EXPEDICIÓN, DIGESTIÓN Y SOFÁ
Vivian, ¿por qué has rtenido ganas y necesidad de hablar?
Esta expedición es un fracaso. Hubiera sido fácil echar balones fuera y echar la culpa a las malas condiciones meteorológicas. Pero sería mentir. Hicimos una mala expedición. Hay que asumirlo. Hubiera sido más cómodo esconderlo bajo la alfombra y poner encima el sofá, pero comunicarlo y tratar de analizarlo es una forma de poner un punto final a esta aventura o —quién sabe— ponerla en suspenso.
La expedición empieza en septiembre, volvéis a principios de octubre y estamos a finales de noviembre. ¿Por qué habéis tardado tanto en comunicarlo?
Tenía que digerirlo. Volví totalmente destrozado mental y emocionalmente. Tenía los nervios a flor de piel. Me tomé mi tiempo para recuperar la lucidez y la serenidad necesarias para tener las ideas claras. En Nepal éramos cuatro en el equipo, así que también era importante contarlo juntos. Aunque este proyecto haya sido un fracaso, reina un gran respeto y una profunda indulgencia entre nosotros. Mathéo, «Mémé» (Mathieu Maynadier), Michael y yo vivimos y compartimos algo muy potente.
Has definido vuestra aventura como una «mala expedición». Son unas palabras muy fuertes. ¿Por qué fue una mala expedición?
Para mí —y es una sensación que comparten mis amigos— esta expedición es un fracaso porque no lo disfrutamos de verdad. El éxito de una travesía así no va para nada asociado al éxito de llegar a la cima. Al contrario. Ya he tenido que renunciar otras veces. Me pasa a menudo, y lo llevo bien. Me parece edificante. Pero esta vez, así en general, no hemos estado a la altura. En todas las etapas importantes: en la preparación, la aproximación, la acción...
PIEDRA ANGULAR, SEÑALES Y PREPARACIÓN
Primero, la preparación. ¿Por qué crees que no fue óptima?
Para empezar, esta excursión tenía que haberse hecho hace 3 años. Por desgracia, en 2020, el covid nos lo impidió. En 2021, Léo (Slemett) se hizo un desgarro del ligamento cruzado. Y en 2022, otra vez Léo, piedra angular de nuestra cordada, sufrió un drama personal que nos afectó mucho a todos. Parecía como si esta expedición no tuviera que hacerse. No soy supersticioso. Pero me fijo mucho en las señales. Funciono mucho por feelings, y antes de la salida, ese feeling estaba un poco apagado. Teníamos sentimientos encontrados, por una parte nos atenazaba la duda y, por otra, una oportunidad magnífica, y también un compromiso con nosotros mismos y con los patrocinadores.
¿No había en cierto modo un desajuste desde el principio del proyecto?
No, no había ningún desajuste. Diría más bien un contexto favorable y encuentros inesperados un poco afortunados que nos empujaron a subirnos todos al mismo barco. Durante nuestro proyecto «Primavera suspendida» con Mathéo, nos dieron ganas de realizar un ochomil en 15 días. En ese momento nos encontramos con Léo por las calles de Chamonix, que nos confía la preparación del primer descenso de esquí del Dhaulagiri, en Nepal, con «Mémé» y Aurélien Ducroz. En ese momento pensamos que estaría bien ir todos juntos. Pero, mientras tanto, perdemos a Léo, que era a la vez el motor y el aglutinador de esta aventura. Visto ahora con perspectiva, está claro que su presencia nos hubiera hecho mucha falta. (Pausa para reflexionar) Toda esta incertidumbre en torno a la salida nos pesó mucho. Nos marchamos ya con un agotamiento mental importante. Ya presentíamos que sería duro, pero no fuimos capaces de decírnoslo. No supimos verbalizarlo.
Al final, ¿esta expedición se hizo porque no supisteis decir no?
Sí, tal como yo lo veo, podemos decirlo así: ¡esta expedición se hizo porque no supimos decir no antes de partir! Por respeto a los compañeros que habían trabajado en ello, y sobre todo a Mémé. Por lealtad a los patrocinadores que nos apoyaban. En resumen, nos dejamos llevar. Era más fácil convencernos de que funcionaría a pesar de que en nuestro fuero interno sabíamos que nos faltaban algunos ingredientes indispensables... Normalmente, en la montaña, nos enfrentamos a la renuncia mucho más tarde, una vez que estamos ya en marcha. Esta vez teníamos que haber renunciado incluso antes de salir. Nos faltó criterio.
CAMPAMENTO BASE, MIEDO Y ESTADO DE ÁNIMO
Cuéntanos vuestras peripecias una vez ahí.
Cuando llegamos a Katmandú, nos pilló mal tiempo. Enseguida nos dimos cuenta de que no servía de nada ir al campamento base y que sería mejor llevar a cabo nuestra fase de aclimatación en el valle vecino del Langtang, donde nos castigaría mucho menos la lluvia, para hacer un poco de trekking. Luego disfrutamos de una pequeña tregua para acercarnos al Dhaulagiri.
En un momento dado, ¿resurgió la esperanza de que el primer descenso de esquí del Dhaulagiri fuera un éxito?
Sí, la esperanza volvió cuando llegamos a los pies del Dhaulagiri. El primer día tuvimos unas condiciones muy buenas, y eso nos permitió hacer un primer reconocimiento y acceder al Campamento II, establecido a 6100 m. Ese día disfrutamos mucho. Pensé: «¡Aquí podemos hacer algo!» Por desgracia, nuestro entusiasmo enseguida se esfumó por el tiempo que hizo los siguientes días, que tuvimos que quedarnos en la tienda.
¿En qué piensas durante todas esas horas en la tienda? ¿Cómo pasas el tiempo?
¡Para empezar las noches se hacen larguísimas! Nos dormíamos a las 19.00 para levantarnos a las 6.00. Dormimos muy bien, y solo nos despertaban ciertas dudas. Por el día, hacíamos lo que podíamos. Intentábamos dar pequeñas vueltas alrededor del campamento pero enseguida nos bloqueaban la lluvia o la nieve. Así que volvíamos a la tienda y esperábamos, charlábamos... Yo no sentía ni ganas de leer ni necesidad de escribir, así que me dio para pensar mucho... Dicho esto, tuvimos que esperar poco tiempo en comparación con la mayoría de las expediciones. Estar bloqueado una semana por el tiempo no es nada, ¡es lo normal! Lo que pasa es que mi estado de ánimo no era el mejor, sin más. Y eso lo entendí después.
¿Por qué? ¿A qué te refieres con que tu estado de ánimo no era el mejor?
Mathéo y yo nos dejamos llevar porque queríamos hacer una expedición corta. Al principio queríamos hacer un ochomil en 15 días. Y, al final, con Mémé y Michael, nos dimos un mes. Pero fijarse un límite de tiempo así no es lo mejor. Eso te hace encarar la travesía con prisas y puede generar frustración cuando no avanzas tan rápido como pensabas. Si vas sin la presión de la fecha de regreso, la semana de espera en Katmandú, por ejemplo, te la tomas sin ninguna impaciencia. No tienes la sensación de perder el tiempo. Lo conviertes en una oportunidad para conocer ese pueblo, esa cultura. Me enfrasqué en esta lógica deportiva del rendimiento asociado al tiempo. No es lo mejor.
¿Cómo explicas esa sensación de prisas, de tener que hacer las cosas rápido y llegar rápido a la cumbre?
Por la confluencia de varios motivos. Para empezar, Mathéo y yo somos padres. Mathéo acaba de serlo y yo tengo dos niñas pequeñas increíbles y una mujer maravillosa que me esperan en casa. Este entorno familiar influye por fuerza en tu logística. No tienes ganas de estar lejos de casa más de un mes… Y luego creo que nuestra percepción no es objetiva, está influida por nuestras costumbres: en los Alpes, puedes hacer algo superduro durante el día pero por la noche te vas a dormir a casa. Sabíamos que yéndonos en otoño habría algo de incertidumbre, y que cuanto más esperábamos menos opciones de éxito teníamos.
EMPEÑO EN TERMINAR, VULNERABILIDAD Y HELICÓPTERO
Al final, después de una semana en el campamento base, el tiempo os da una tregua muy breve… ¿Qué es lo que decidís?
Mathéo y Michael (Arnold) no lo ven claro. Quieren dejar el campamento base enseguida y deciden volver a bajar. Mémé y yo decidimos ir subiendo despacio pero con seguridad para ver adónde llegamos. No me quito de la cabeza esa ladera entre el Campamento II y el Campamento III... Subimos hasta un collado que estaba en un lugar ideal, a unos 6000 m de altitud. Por desgracia, el tiempo se estropeó enseguida y nos encontramos bloqueados, no podíamos subir más. Paso una noche horrible, enredado en mis miedos. Me arrepiento. Me preguntó qué demonios hago ahí. ¿Por qué no les hice caso a Mathéo y a Michael? Predico la prudencia día a día y voy y me encuentro ahí atrapado.
¿Cómo salís de ese infierno?
La madrugada nos da un pequeño respiro, podemos salir hacia abajo. Tenemos que aprovecharlo sea como sea porque para después anuncian 10 días de tormenta. Nos ponemos la cuerda y las pieles de foca para bajar esquiando porque hay poca visibilidad por la niebla. Pero al primer claro nos damos cuenta de que estamos bajo unas inmensas laderas que amenazan con vomitarlo todo. No nos queda otra que volver a subir. Sentimos la muerte cerca.
Y en ese momento el destino os echa un cable tremendo...
Efectivamente. Oímos el helicóptero que debía llevar a los escaladores a Katmandú para llegar al campamento base. Vemos que está despejado y que tiene margen para venir a recogernos. No lo dudamos ni un segundo. Ya no se trata de gestionar el riesgo, es una cuestión de supervivencia. Cogemos la radio y les preguntamos si pueden venir a rescatarnos. Michael, aún en el campamento, lo organizó todo con el piloto. Fue maravilloso. Nos sacaron de ahí a Mémé y a mí.
Sabemos que eres prudente, y que minimizas el riesgo para ti y para los demás. ¿Cómo viviste el hecho de haber cogido ese helicóptero?
Pensé: «¡Joder, no puede ser! Nunca me he encontrado bloqueado así en los Alpes, y aquí, por un tema sobre el que he tenido dudas durante meses, tengo que pedir que me rescaten...» Me arrepiento muchísimo. Pero hay que asumirlo.
¿Te habías sentido así de vulnerable alguna vez?
No, creo que no. Por lo menos, nunca me había enfrentado a semejante acumulación de fatiga emocional. Me rendí, estaba nerviosísimo. Llegué a sentir el miedo más extremo porque estaba exhausto mentalmente. Estábamos en una situación muy mala, pero pensándolo fríamente, en los Alpes hubiera podido volver a ponerme en marcha, esperar a que el calor limpiase esa cara este. Por desgracia, ya no me quedaban recursos. ¡Hacía tiempo que había quemado todos los cartuchos!
¿Lloraste?
Sí. Dos veces. Primero en el helicóptero. Y luego al reencontrarnos con Mathéo y Michael, en el campamento base. Michael me dijo más tarde que cuando me recogieron parecía un fantasma. Lo solté todo. No podía más.
Echando la vista atrás, ¿qué lecciones sacas de esa expedición?
Muchas. Con el fracaso se aprende mucho. Para empezar, a decir que no desde el principio. A analizar mejor los proyectos en mi fuero interno para saber si eso me motiva de verdad o no, si enciende esa lucecita dentro de mí. Y luego a hacer que cada proyecto sea el resultado de un verdadero proceso de construcción muy personal. Necesito hacer así las cosas para sentirme totalmente implicado. Además, no volvería a ir con una cordada tan numerosa en una expedición tan complicada. Eso puede generar mucha fuerza pero también hacer que te muevas por inercia. En todos los casos, hace falta un líder. Por último, todo esto me generó un cuestionamiento muy personal, como el atleta que se lleva un bofetón después de un mal resultado. Me di cuenta de que no estaba a la altura físicamente, como atleta. El fracaso de esta excursión fue como un detonante. Me ha dado más energía que nunca. No para esquiar —para eso no necesito más energía— sino para ser mejor. Mis patrocinadores me apoyan para que sea un atleta. Pero ¿qué hace un atleta? Entrena para conseguir un buen resultado.